José
Falconi Oliva
Según
el mito bíblico la gran aventura de la estirpe humana dio inicio con un acto
cultural de signo contestatario y subversivo: por no resistir la tentación
incitada por la serpiente de comer el fruto del árbol del conocimiento, Adán y
Eva fueron expulsados del Paraíso y lanzados a una nueva forma de vida. Desde
muy antaño la acción cultural ha sido considerada una acción crítica que cambia
el orden establecido; así sea el cósmico, dado por Dios mismo.
Pero el mito bíblico tiene una interpretación más terrenal: la cultura en todas
sus vertientes —artística, educativa, científica, folklórica, económica,
política, cívica y demás— es promotora de cambios éticos, estéticos, sociales e
inclusive políticos.
Debemos alentar este concepto de cultura que privilegia su función crítica y la
considera un vehículo de transformación de la realidad. Cuando hablamos de
cultura nos referimos a una multitud de complejos tan intrincados, y de
orientación tan múl...tiple, que no pueden sujetarse a los dictados de ninguna
testa coronada, de tal forma que la mejor política cultural será aquella que
permita una comunicación más fluida entre los muy variados sistemas culturales
que una sociedad como la nuestra produce.
Los hechos culturales no están ni cerca ni lejos de los asuntos políticos, sino
que forman parte de ellos. Un gesto de profunda democracia es reconocer que en
ningún conglomerado habrá nada digno de nombrarse desarrollo social si no se
privilegia el asunto de lo que llamamos cultura y todo su campo de acción, que
incluye las relaciones interpersonales, pero también el marco institucional en
que han de moverse la sociedad y el individuo. La cultura está integrada por la
experiencia individual y colectiva, por formas específicas de percepción,
razonamiento y acción. Es una serie de líneas de montaje y de tráfico de ideas,
interpretaciones y sueños que provoca grandes cambios en la conducta humana y
en la organización de las sociedades. A través de las diversas manifestaciones
de la cultura, el ser humano se apodera de su propia personalidad, comprende su
valor histórico, su función en la vida, sus derechos y sus deberes. ¿O no?
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