domingo, 17 de febrero de 2013

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Pellicer: poesía y paisaje
    
El poeta Carlos Pellicer


José Falconi


(Hoy, 16 de febrero, se cumplen 36 años de la muerte de Carlos Pellicer. Como modesto homenaje a uno de nuestros poetas mayores, van estas líneas que forman parte de un trabajo más extenso. Dedico este fragmento a la poeta Refugio Pereida, que tanto admira a Pellicer, y a mi amigo Argel Alatorre que hoy cumple un año más de vida.)
He aquí el meollo mismo de la poesía de Carlos Pellicer: el poeta desea adueñarse de la esencia de las cosas y establecer vínculos indisolubles con el universo.
La interpenetración hombre-naturaleza, la correspondencia hombre mundo es base fundacional de la poética pelliceriana. Pellicer hizo suyo el aforismo de Baudelaire: “El mundo es una compleja e indivisible totalidad”, y también del simbolista francés aprendió el valor intrínseco de la sinestesia: el sonido puede sugerir color; el color, cierta melodía, y color y sonido son vías adecuadas para que tomen cuerpo las ideas poéticas. Es por ello que la naturaleza -el paisaje- en la obra de Carlos Pellicer juega una función que va más allá de lo paisajista en sentido estricto. El paisaje de Pellicer no es una porción aislada de naturaleza, sus poemas no son naturalezas muertas. Él nos ofrece cuadros dinámicos, a través de un acertado estilo exuberante y con voz que busca unirse al Todo.
El poeta no detiene la mirada en éste o aquél rincón para privilegiarlo; su mirada pretende abarcarlo todo, captar la multiplicidad con que se manifiesta la naturaleza. No tiene tiempo de mirar las cosas y casi las adivina. Vive en “doradas imágenes” con “sabiduría ingénita y celosa”, porque gran parte de su poeía es un canto jubiloso a la maravilla del mundo. ¿Cómo no cantar con júbilo cuando se cumple un encargo divino?: traducir a voz humana las voces del universo.
“El trópico entrañable sostiene en carne viva la belleza de Dios”; la música sinfónica, las palabras llenas de verdor y fuerza agreste de poemas como “La voz” y “Esquemas para una oda tropical” nos invitana a compartir el panteísmo pelliceriano: la belleza del trópico es la belleza de la divinidad tal como se manifiesta en la naturaleza. Y es también el punto de unión de la gracia divina y la gracia humana.
Pero Pellicer no se conforma con unirse a Dios como los místicos españoles, sino que aspira, además, al conocimiento del universo (obra divina) a través de los limitados sentidos humanos. ¿No es ésta acaso una manera de darle a lo divino una dimensión humana?Sin embargo, “hormiguea la voz de la aventura espiritual” y pregunta: ¿Por qué el trópico para este encuentro entre lo humano y lo divino, lo terrenal y lo celestial? Que responda el poeta: “Esta es la parte del mundo/ en que el piso se sigue construyendo./ Los que allí nacimos tenemos una idea propia/ de lo que es el alma y de lo que es el cuerpo”.He aquí la realidad mística del trópico: la creación no ha llegado a su fin. En este “mundo vegetal que trabaja cien horas diarias” el poeta, nuevo Adán, ve las cosas por vez primera, y las ve con ojos indígenas que advierten la esencia divina de la vida humana, animal, vegetal e inorgánica inclusive: “El hombre en ti es ahora la piedra que habla/ entre el reino animal y el reino vegetal”.

♠Paréntesis


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