Miguel Ángel Asturias
Noticias sobre un poeta y narrador guatemalteco
José Falconi
Miguel Ángel Asturias nació en Guatemala y con el
siglo XX (Ciudad de Guatemala, 1899), experimentó muy a fondo la liberación de
los lenguajes artísticos. Bebió del vaso del surrealismo; más todavía,
contribuyó a colmar dicho vaso. Pero sus imágenes surrealistas y oníricas vienen
de más lejos, de un linaje más aristocrático. En París, al lado de otro grande,
Luis Cardoza y Aragón, realizó estudios de las culturas precolombinas y tradujo
el Popol Vuh y los Anales de Cakchiquel: “Realizaba en ese
entonces mis estudios de religiones precolombinas, y eso mantenía frescas mis
posibilidades para manejar las dos realidades, la real y la del sueño, ya que el
indio es realista en el detalle, pero ese realismo lo sumerge luego en una
especie de sueño-imaginación que le da la posibilidad de los dos tiempos: el
histórico y el mitológico, o sea un tiempo de distinto ritmo que el histórico,
tiempo de sueño”.
Miguel Ángel Asturias nunca quiso absoluta y abstracta su palabra; la quiso
viva y sangrienta, palpitante de dolor y de experiencia. Sus impuras voces
ascienden como astros y sueltan reflejos que alumbran la belleza de estos rumbos
americanos en que nos tocó vivir, de esta parte del mundo en que, al decir de
Carlos Pellicer, el piso se sigue construyendo. O bien, bajan a los
sótanos de las más crudas realidades de nuestros pueblos profundos y
convertidas en sombras fantasmagóricas proyectan su porción de dolor humano:
Las uñas aceradas de la fiebre le aserraban la frente. Disociación de
ideas. Elasticidad del mundo en los espejos. Desproporción fantástica. Huracán
delirante. Fuga vertiginosa, horizontal, vertical, oblicua, recién nacida y
muerta en espiral…
Nunca de los nunca la palabra literaria de Asturias fue signo convencional,
sino instrumento vibratorio como una marimba en que se mezcla en lluvia sonora
la carne africana y el hueso del indio, como una marimba tocada por
indios. Misteriosos poderes de evocación plástica y de irradiación musical
tienen sus palabras. Y así, con impresiones visuales y acústicas, es capaz de
llevarnos a la vera de un río:
De un lado a otro se hamaqueaba el canto de las ranas.
De obsequiarnos el nacimiento del día:
El día salía de las narices de los bueyes, blanco, caliente,
perfumado.
Asturias supo muy bien que la palabra recorta la realidad, la delimita; por
eso hay que arribar a ella como punto terminal de la observación, de la
experiencia, de la intuición, de la emoción reveladora y de la reflexión
artística. Es así que su lirismo eligió siempre un lenguaje que seduce a los
lectores y los somete a continua sugestión poética:
La tarde cansa con su mirada de bestia maltratada.
Miguel Ángel Asturias siempre supo que el pensamiento del
hombre es como agua, o mejor, como aguardiente que toma forma en la jícara de la
palabra. Y como Valle Inclán no ignora que los idiomas son hijos del arado y que
con gracia de amanecida, como vuelan las alondras, las palabras vuelan de
los campos roturados, y así la esencia del habla popular se ayunta con la
sensibilidad propia de este nuestro poeta, que nos ofrece un fruto lingüístico
de intensos matices:
¡Para un huevo que ponés
tanta bulla que metés!
¡Vení ponelo, vos, pues!
Asturias, alguna vez escribió: “El cuento de los años es triste” y, sin
embargo, la atmósfera bíblica de algunas de sus páginas, la magia monda y
lironda (es decir, neta) de sus evocaciones anula el peso de las presencias
temporales y reintegra al ritmo pleno de la vida lo que de suyo es cifra del
pasado, cosa fija, inmóvil en el tiempo. Las ciudades mayas, las muertas
ciudades mayas reviven en su poesía, recién nacidas de las llamas de sus
metáforas. Xibalbá, Tulán, Tikal. Se desvanece el tiempo. Una orquídea se abre y
seres legendarios de húmedo verdor y rostros pétreos conviven con nosotros. “Es
hermosa esta tierra”, nos dicen al oído y sentimos sus alientos como frutas
madurando en las ramas. “Es hermosa esta tierra”, nos dicen y vuelven al
misterio:
y guerreros de rostro de granate,
sandalias amarillas, manos verdes
y vellosos plumajes;
y guerreros de negro
con los dientes bermejos;
y guerreros azules
con pelo de quetzales,
estáticos,
dorados,
de estatura de arbusto
y silábicos nidos en la frente…
Vuelven al misterio.
Al leer las prosas y los poemas de Asturias, nos sucede encontrarnos frente a
los orígenes del mundo. Él supo siempre que la experiencia, como escribió Aldous
Huxley, no es lo que le llega a suceder a una persona, sino lo que logra hacer
ésta con lo que le sucede. Así, él, Miguel Ángel Asturias, logra colocarnos
frente a las vicisitudes del mundo, frente al sucederse de las generaciones,
frente al diluvio y el avance de la vegetación:
La vegetación avanzaba. No se sentía el movimiento. Rumoroso y caliente
andar de los frijoles, de los ayotales, de las plantas rastreadoras, de las
filas de chinches doradas, de las hormigas arrieras, de los saltamontes con alas
de agua. La vegetación avanzaba.
(…) los peces engordaban el mar. La luz de la lluvia a los ojos.
Este gran narrador y poeta hundió sus palabras de diamante, de tierra y aire
y agua y fuego y carne y sangre en toda la vida y todo lo soñado, pero también
en todo el dolor. A través de sus páginas escuchamos el grito del hombre
explotado, que se agiganta en su lucha por liberarse de los eternos explotadores
del indio y de la masa popular.
Vosotros no tenéis un idioma propio, habláis el nuestro, un idioma que os
hemos prestado, ¿qué más da, entonces que habléis el de los amos del siglo? ¡Mal
habláis el castellano, que más da que habléis mal el inglés!
Y tinieblas infernales parecen abatirse sobre la tragedia de todo un mundo y
es entonces que sus páginas se colman de imágenes horripilantes, esperpénticas,
cubistas y surrealistas. El “Señor Presidente”, el Príncipe de las Tinieblas,
manda torturar al Mosco, un hombre ciego y sin piernas, que muere
suspendido de los pulgares.
Miguel Ángel Asturias Rosales recibió, en 1966, el Premio Lenin de la Paz, y
un año después el Nobel de Literatura. El escritor murió en Madrid el 9 de junio
de 1974.
Paréntesis
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