http://parentesisplus.com/2013/04/09/raul-macin-o-el-reino-de-la-libertad/
Raúl Macín o el reino de la libertad
Por José Falconi
Para Maritza Macín
Para qué sirven los poetas en tiempos de mezquindad, se cuestionó alguna vez Friedrich Hölderlin (1770-1843). Tal parece que en buena medida el ejercicio poético de Raúl Macín fue un incesante y jubiloso intento de dar respuesta a la pregunta del gran lírico alemán (jubiloso intento porque como José Revueltas, Raúl Macín conoció en esta vida dos paraísos: el de la militancia por conquistar “el reino de la libertad” y el de la creación literaria). Porque sin duda tiempos mezquinos y antipoéticos le tocó vivir a Raúl Macín, hombre de fe en lo religioso —teólogo—, en lo social —filósofo y militante— y en lo literario —poeta y narrador—. Tiempos de mezquindad que se prolongan, persisten, hasta nuestros actuales días mexicanos de tan exacerbada, alucinante violencia y en los que vivimos una crisis no de valores sino de valoración de todo lo que ennoblece, ilumina, enaltece la condición humana, y perversamente se desprecia toda aquella que no tiene valor comercial, lo que no se puede vender, lo que no se cotiza en el mercado. Los hombres mezquinos, es decir, los fariseos de todos los tiempos, son incapaces de apreciar, de saborear con sabiduría ingénita de niño sorprendido, la belleza de una tarde lluviosa, y menos aún de entender con la inteligencia emocional —en ellos tan atrofiada— su lenguaje de agua empapándolo todo sin distingos, invitándonos a sumergirnos en su charla chorreada, un tanto enloquecida, que se da en un ritmo que no es el de nuestra automatizada vida cotidiana, que no es el de nuestros ingenieros o nuestros “líderes” de opinión o nuestros políticos. Es el ritmo cósmico de la Naturaleza —del impulso vital de la Creación en marcha— que el hombre quiere reproducir por medio del arte, a través de lo más esencial de la poesía: descubrir o intuir las germinaciones más puras de la realidad para hacerlas “florecer en el poema” como demandaba Vicente Huidobro (1893-1948), el padre del Creacionismo. La poesía de Raúl Macín la advierto emparentada a la de Carlos Pellicer; más en sus intencionalidades que en su dicción. Es decir, el poeta hidalguense coincide con el tabasqueño en la exaltación de una religiosidad verdaderamente espiritual que se expresa en el tópico siguiente: el poeta —el hombre— interviene como ayudante del Creador en el proceso aún no concluido —y de alguna manera interminable— de la Creación, en el caso de Pellicer, o de la Construcción del Reino en el caso de Macín. También coinciden en las notables “ideas poéticas” —¿o ideales poéticos?— a continuación enumeradas: Uno: la naturaleza humana es de suyo buena o bondadosa y es la ignorancia o la necedad la que la pervierte. Dos: la poesía es un diálogo entre la Creación, que aún no se termina, y Dios; el poeta es el vocero de la Creación en este diálogo. Tres: el amor en sus ámbitos más amplios, lo que incluye hasta la lucha por transformar en bondades las iniquidades de nuestra injusta realidad, no sólo es un sentimiento; es también un “camino de perfección” o de perfeccionamiento de la naturaleza humana. En lo que sin duda difieren la poesía de Raúl Macín y la de Carlos Pellicer es en su decir. En el decir pelliceriano prevalece una exuberante entonación, una expresión en ocasiones desenfrenada, si bien parte de su obra poética se dio en matices un tanto más tradicionales, íntimos y mesurados. En el decir de Macín tenemos una poesía de versos breves y concisos que nos dan arquitecturas verbales sobrias, panes líricos cercanos al haikú. Decimos el decir de Macín o el decir de Pellicer porque —como ya bien señalara Ortega y Gasset en el capítulo dedicado al decir de la gente, en su libro póstumo El hombre y la gente—:el poeta dice porque expresa algo que viene desde su interior o desde la radical realidad que es su vida —decir qué es o qué no es, qué piensa o qué siente—. Lo otro, lo distinto a esto, no es más que hablar en el lenguaje convencional y desgastado de todos los días. En sus decires poéticos, Raúl Macín cifró sus más íntimas y legítimas verdades, confesó anhelos cumplidos y fracasados y jugó con maestría el juego del tú y yo. Ese juego magnífico cuya síntesis amorosa es el nosotros que, como bien señalara Octavio Paz nos da plena existencia, profundidad y la posibilidad de desarrollar nuestro ser y estar en el mundo. Es un nosotros que resume la larga lucha del poeta Raúl Macín por emerger de “las heladas aguas del cálculo egoísta” —y ego-maníaco— en que tanto nos place chapotear, para llegar a una conexión más esencial con nosotros mismos y con los otros; a lazos religiosos, sociales y culturales más significativos y significantes. Si lográramos este ideal del poeta, todos viviríamos una realidad, personal y colectiva, más justa, ética y plena de verdaderos dones humanos. El deseo esencial expresado en los discursos poéticos de Raúl Macín es el de limpiar la casa común de tanta iniquidad y construir el ágape, la asamblea de los iguales, el cuerpo místico de Cristo —en el que cada uno de nosotros, es una célula de ese cuerpo sobrenatural, celestial y místico— a través de una sociedad lo más semejante posible al Paraíso. La exaltación imaginativa de la mente poética, teológica, filosófica y militante de Raúl Macín le hizo comprender que “afuera”; es decir, afuera de nosotros mismos y de nuestras visiones auto-centradas de la realidad, “la Creación espera la acción de los hijos de Dios”.
Raúl Macín, ¿poeta, teólogo, filósofo, militante? Todo ello amalgamado en la pródiga vida de este hombre amable en el sentido más preciso de esta voz.
Paréntesis
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