SE ABRE AL SILENCIO
Quise construir
estancias más perfectas
que una semilla:
La memoria en espinas de agua.
Y estoy con los labios
del polvo,
harto de andar
en oquedades de ceniza.
De mi sombra caen
racimos de cuerpos
vencidos por la densidad
del otoño.
Cuerpos habitados de cantos prohibidos.
Una piedra
golpeada
por las aguas del río
se abre al silencio.
Con dureza en las alas
huyen las avispas,
surge la blancura de la noche
y mis manos se hunden en tu cuerpo,
la niebla
en que tu cuerpo se convierte
si nos miran nuestras sombras.
Sordos látigos en la esquina del tiempo.
Una culebra
con escamas de miel y cristales
se anilla en esa piedra,
hace de la quietud
su transparente danza.
En tu pelo mi sombra es más oscura.
Es entonces tu cuerpo sima
en que boto todas mis muertes
sujetas a sales misteriosas.
La piedra,
hueso del sueño,
flota sobre las aguas.
La piedra,
promesa de luz,
se transforma en Sol
cuando la luz desciende.
Mi cuerpo pierde sombra,
no le quema el Sol
sino la muerte.
Él, sin sombra habita
un trozo de la noche
por tus aguas rojas aromado.
En las últimas habitaciones
de la sangre
mi cuerpo cumple su mejor deseo,
desaparece bajo la música de tu muerte.
En la seca tinaja
se hace polvo
al ritmo
en que la lluvia
danza su mecánica.
Al natural estímulo del agua
no se desprende tu sombra.
En guitarras
la noche es sólo un gesto
y en sus densos dominios
el agua ilesa de tu cabellera
construye su armonía.
Ajena a mi cuerpo,
silenciosa entre los frutos
que el amanecer deja en suspenso,
mi sombra, dura piedra,
se hunde en las aguas
con otras piedras
que también se hundieron.
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