martes, 18 de septiembre de 2012


 
 Flores pánicas




por José Falconi


I
Las noches del amor en sus rodillas
guarda la niña olor de yerbabuena,
sus breves senos en la noche buena
edulcoradas mentas amarillas.


Las noches del amor en sus rodillas
guarda la niña olor de yerbabuena,
sus breves senos en la noche buena
edulcoradas mentas amarillas.
Con sus delirios y sus ironías,
sin vencedor porque los dos perdemos
en un juego amoroso en que sabemos
el dulce gusto de las sodomías.
Y la noche nos tiene desvelados:
te vienes sin piedad sobre mi boca,
en mis nerviosos labios acallados.
Y la sombra al pasar nos repetía:
«En el amor hay una loba loca
que se asombra y padece en alegría».

II
¿Habrá en tu desnudez nomenclaturas
del júbilo sagrado y celestial?
Edifica tus fábulas oscuras
y líricas con esta idea cordial.
El cuerpo laminado por la daga
que forjo uncido al sueño abrumador
como una extraña flor adamascada
en la sábana, rojo aparador.
En mis viajeros huesos hacia el polvo
—en breves calaveras atajadas—
lleve mi amor espinas y rescoldo.
Lleve sol a la cama más nocturna;
cama que arde de noche1, amor: tajada
mi piel gemela por la daga diurna.
1 Mínimo homenaje a Ricardo Garibay

III
(A la manera de Daniel Robles Sasso)
Bríndame bruna copa de ceniza,
bríndame más: un pan desorbitado,
el lecho demencial en que insumisa
eres río de vidrio maculado.
Bríndame la narcosis de tu enagua,
la sed de sedes del amor solar;
por esta sed nupcial no pasa el agua,
pasa un estropajo ácido y molar.
Pasas ya cabalgando en el espejo,
pasa mi calavera con tu enagua,
pasa el dios diminuto en que me alejo,
pasa la rosa con su espina en oro,
pasa mi cuerpo trasmutado en agua,
pasa el asombro; narcotizado oro.

IV
Embriaguez de cenizas nunca ïdas,
tu piel ajena de canción delira,
mano que enciende su lejana ira:
copas vacías del amor tullidas.
Flor pánica la mano a media noche,
acariciando moscas insumisas.
Flor pánica. Rodillas en las misas
sobre viejos osarios. El reproche
de osamentas convertidas cenizas
en el espasmo vegetal. Los óxidos
de un sol de alambre que tu piel eriza.
Los óxidos de Dios en dos caídos
de las pánicas flores de tu risa.
Mirad las iras idas de los idos.

V
De la noche que lenta se retira
quedan vestigios de uranografías,
de celestes y ocultas geografías
aromas en tu cuerpo que transpira.
Entrar con la frescura de la tarde
en el misterio de este viaje ästral.
Carne oculta, ánima en sangre, Mistral
¿qué secreto lunar de noche ärde?
¿Lluvia? ¿Viento de anís? ¿Perito en lunas?
Polvo en que me detengo. Quemadura
de hembra bajo la piel. Eco y silencio
donde mi sueño anida en sus alturas;
su Bécquer: subterránea agricultura
tan esquirla de mínimo misterio.

VI
Asmática mujer de chocolate,
brizna eléctrica soba tu cadera
bajo la matemática escalera
cuando el delirio de tu mano abate.
Polvo de oro tu lengua vagabunda
humedece los labios de la tarde,
gato garduño2 ya mi cuerpo ärde
la poesía feraz, manca, errabunda.
Alacrana de fraguas y alacenas,
acechadora giras desquiciada
bajo un ramo de nubes-azucenas
como quien baila en huesos de la luna
después del postre de exquisita triada:
tu cuerpo, mi cuerpo… aquella duna.
2 y lorquiano.

VII
Siete veces besados por la muerte,
dejando astillas en el blues que incendias,
sobre los territorios de mi angustia
como cristales van tus pies de nieve.
Triste amante para incendiar mis llagas
y sentir los dolores de enlutadas
ponzoñas. Si te vas, belleza en llamas,
mi amor en sombras oscurece salas
en que Dios nos visita junto al viento3,
cuando el otoño va quebrando hüesos
en su exacto, fatal advenimiento
que el amor en su anhelo ata y desata.
Amor, estoy besando tus tobillos
y beso si la pisas dulce grama.
3 Verso de Raúl Garduño

VIII
Sobre cuerpos oscuros bruscas llamas,
mortajas que quisiera de diamantes,
las mujeres de pálido semblante
—en sus ojos olvidos que me talas—.
Acude Amor a darme la congoja
de espejos en sepelios taciturnos,
¿qué mar encierra en espejos diürnos
el árbol que murió hoja tras hoja?
Harina y nube y sangre derramada
y Dios se arrima a tu blancura intensa
y ráfaga de sal en la cascada
salaz aglomerándose en tu pelo.
Sí, fruta del alba, llovizna airada,
cabe su sombra, Amor, de ti me encelo.

IX
Éste es mi cuerpo, manantial del agua,
y en mis ojos dormitan dagas claras.
Ya cenizas, el árbol que tú amaras
de muertes subterráneas es la suma.
Fue tu piel en mi piel región de espuma
aniquilada en altas marejadas.
Fue música de sal, bebida amada
bajo el diluvio de la lluvia oscura.
Cifra, fruto-metal, el amuleto
es mi osamenta. Cabe el sol doliente,
besa la luz al pairo del desierto.
De polo a polo de tu cuerpo incierto
camina por la línea evanescente;
se yergue enamorado mi esqueleto.

X
Se refleja mi cuerpo, mi memoria,
en el espejo que entramó tu ausencia.
Danzante de mi oscura residencia,
giré en tu cabellera giratoria.
Mi cuerpo, territorio de tu historia,
helada luz devino. Mi conciencia,
piedra rota, dolor, sin la presencia
de tu callada sombra transitoria.
Metálico diluvio, frío en que ahoga
aquel deseo que con mi amor azoga,
hazte en mis labios sed, para que sientas
vaga tristeza de dolientes besos
y la música de íntimas tormentas.
¡Sé uva madurando entre mis hüesos!

XI
Frágil marfil desnudo en los cristales,
eres la sangre deshelada en rosa
arcana por oscura y luminosa
como inefable risa de metales.
Hay guitarras y pétalos dormidos
en tu cuerpo, fatales testimonios
en tus ojos. Heridas de insomnios
y nuestra angustia ardiendo entre los dos.
El sueño deambuló por los pasillos
de sombra, astilla, carne lacerada
ensanchando sus velas, sus anillos.
Tu pie sobre mis labios borra el mundo,
cubre la densidad de mi deseo
y provoca el destino en que me hundo.

XII
¿Amor, me oyes?: vuela-sueña-reposa
en el canto fugaz de mi palabra4
con sol y neblinas de mar. Espósame.
Flagela mi cuerpo y que se abra
al jazmín y la escama del deseo.
En la ritual costumbre de tu fiesta
soy mano esclava. El amor paladeo,
las finas lumbres y espesa uva quieta
que a veces pasa por mis labios lenta
como quetzal de humo en blancos prados
o como vino que al beberse mienta
el pez de azúcar y de luz —tu lengua—
y eriza un corazón enamorado:
fruto del fuego húmedo, sin mengua.
4 Verso de José Falconi Castellanos.


 

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