JAIME SABINES: BOCA MOJADA EN
LÁGRIMAS
Por José Falconi
(El
19 de marzo de 1999 murió Jaime Sabines. Vayan estas palabras en modesto
homenaje a su gran poesía).
Hay poetas que a
través de su obra pretenden cumplir con la petición de César Vallejo: Hacedores de imágenes, devolved las palabras
a los hombres. Jaime Sabines fue un poeta que nos devolvió las palabras de
siempre hechas poesía. Esas comunes y corrientes monedas con que intercambiamos
sueños, ideas, dolores, angustias y diarios placeres, Sabines las convirtió en
doblones de oro macizo.
Para Sabines no hubo límites entre
vida y poesía, sino su más íntima relación. Como en un buen cocido chiapaneco,
en que se mezclan carnes y granos con todo tipo de verduras y tubérculos, el
poeta nombró las cosas diarias, triviales, insignificantes, asociadas con los
más ortodoxos objetos poéticos:
Un ropero, un espejo, una silla,
ninguna estrella, mi cuarto, una ventana,
la noche como siempre, y yo sin
hambre,
con un chicle y un sueño, una
esperanza.
Aquí,
las más poéticas evocaciones (la noche, el sueño, la esperanza) sin provocar un
corto circuito se ayuntan con el chicle, en un enlistado que le da a tan
humilde y prosaica palabra otra dimensión expresiva. Bajo el cielo vulgar de
cualquier día, Sabines nos descubre la verdadera realidad de las cosas. Esa
realidad que vemos siempre con mirada desatenta (acotación: para cantar el
mundo primero debemos saber verlo) y que espera unos versos que la cubran de
belleza:
La muchacha de enfrente
se levantó temprano.
¡Qué bonito su feo
rostro morado!
Sabines nos legó una poesía
“increíblemente clara y directa donde todo está a la vista, todo en un solo
plano aparente. La principal característica de esta obra es su inmediatez, su
absoluta carencia de toda ocultación, su ser para nosotros”; nos dice Jomi
García Ascot en artículo publicado en marzo de 1966 en Revista de la UNAM. Resulta entonces que para leer a Sabines no es
necesario tener lecturas de otros poetas, ni anteriores ni contemporáneos.
Podemos encontrar en sus versos (y en su prosa) ecos de Neruda y de los poetas
españoles de la generación del 27 (privilegiadamente de Lorca), de Vallejo y
Tagore, de la Biblia y la canción popular mexicana, pero tan digeridos,
amalgamados y transformados en savia de la sabia poesía de Sabines, que carece
de importancia precisar estas influencias.
El poeta Sabines sólo buscó expresar
al hombre original, a ese primer hombre aún tan cerca del barro primigenio que
quiere decantarse por obra y gracia de la palabra. No es entonces extraño que
en uno de sus más bellos y extensos poemas, Adán
y Eva, la palabra poética de Sabines se haya fijado en el hombre y la mujer
que habitaron por primera vez en la tierra, en comunión con la naturaleza,
aunque ya presentían su separación de ella como algo consubstancial a la
condición humana:
Creo que estamos perdiendo algo.
Nos estamos apartando del viento. Entre todos los de la tierra vamos a ser
extraños. Recuerdo la primera piel que me echaste encima: me quitaste mi piel,
la hiciste inútil.
Sabines nos dijo con claridad
poética: el verdadero pecado original ha sido considerarnos seres aparte de la
naturaleza.
Asoma otra intención en la poesía de
Sabines; la de hablarnos de todas las cosas que nos rodean. Quiso decirlo todo
a todos. Contarnos de la muerte y del amor, de Dios y la tristeza, del dolor y
del tiempo, de la alegría de bailar un danzón o fumar un cigarrillo, y todo en
versos sin retórica, en odas elementales como el agua y el pan, por eso le
imploró a la poesía:
Ayúdame a ser solo,
y a ser sólo moneda que en bolsillo
de pobres socorra el agua fresca,
el pan bendito.
El
pan nuestro de cada día/ dánoslo hoy, reza el Padre
Nuestro, y los versos anteriores (de Sabines) tienen la misma tesitura. El
poeta aspiraba a ser moneda en bolsillo de pobres, evidenciando así la
predilección que siempre tuvo por hablar de los desamparados. Lo hizo con voz
poética gemela del grito y del llanto, con
la boca mojada en lágrimas, sumido en el dolor como en un callejón sin
salida, sitiado por un absurdo sufrimiento inexplicable (lo que lo emparenta
con el Gran Cholo, César Vallejo) pero que, sin embargo, puede ser vía de
humanización en este mundo en que todos somos hermanos, aunque la lucha por la
vida nos haga a todos fratricidas.
Pero el poeta de los objetos y de
los hechos cotidianos, es también el poeta de la hora interminable, de la eternidad que dura un abrir y cerrar de
ojos. La eternidad que tiene el brillo momentáneo de una estrella fugaz, está
ante nosotros y cabe en un segundo.
El día y la noche, no el lunes ni
el martes, ni agosto ni septiembre; el día y la noche son la única medida de
nuestra duración.
Sabines, poeta del cuerpo –y del
amor que se realiza en el ayuntamiento de los cuerpos, y de la muerte en que
los cuerpos se degradan, como tan duramente sucede en Algo sobre la muerte del mayor Sabines, obra maestra de nuestra
poesía—, poeta de la eternidad que dura un instante, poeta que cree pero no
cree en Dios. Jaime Sabines realizó su periplo poético en un mundo familiar a
todos nosotros, en un mundo ya inventariado por la costumbre, pero que el poeta
supo ensanchar con su poderosa palabra. En su magnífica poesía Sabines fue fiel
a la aseveración de Rubén Darío: Ser
sincero es ser potente.
Y ya se sabe: siempre es bueno oír a Darío…